Pigmalion - El Corazón Desea - Edward Burne-Jones |
"Atrevido se habían, aun así, las obscenas Propétides a negar que Venus fuera diosa, merced a lo cual, por la ira de su divinidad, sus cuerpos, junto con su hermosura, cuentan que ellas fueron las primeras en hacer públicos, y cuando su pudor cedió y la sangre de su rostro se endureció,
en rígida piedra, con poca distinción, se las convirtió."
Es algo que sí puedo confirmar. Y no solo porque lo diga Ovidio, sino porque repugnaba a mi natural sensibilidad tener por compañera a alguien capaz de tales iniquidades.
"A las cuales, porque Pigmalión las había visto pasando su vida a través de esa culpa, ofendido por los vicios que numerosos a la mente femínea la naturaleza dio, célibe de esposa vivía y de una consorte de su lecho por largo tiempo carecía".
Pero qué duro se hace, para esa misma sensibilidad, el celibato, cuando lo que nos pide es cumplido desarrollo, cuando nos exige exuberante florecimiento de sensaciones, que como capullos de rosal de un mismo tallo pujan numerosos. Tormento era mi soledad en el lecho, tormento mi piel huérfana de caricias y exiliada de pieles húmedas, tormento mis ensoñaciones que, aun a mi pesar y consciente determinación, me acosaban continuamente: ojos bellos, capullo reventón la boca, senos firmes, caderas voluptuosas, nalgas prominentes, piernas esbeltas, juncos los brazos, mas... pura la mirada, franco el gesto, limpio el ademán si cariñoso y tierno. ¿Dónde encontrar algo así en la realidad?
Hasta que al fin, tras un sueño asaz turbador, derramado en la nada de las sábanas huecas de presencia soñada, me surge la idea. Una idea salvífica, al menos espero que me resulte consoladora. Me decido, dadas las dotes que los dioses me dieron para modelar figuras, a esculpir el cuerpo deseado, ese soñado, ensoñado y adorado. Mas no lo haré en fría piedra --como el pedernal en que acabaron mis odiadas Propétides-- sino que mi habilidad y mi sensibilidad se volcarán sobre un material más noble, más valioso,más... puro: será en marfil...
Pigmalion - La Mano Refrena - Edward Burne-Jones |
Y no me conformo con gozarla en sueños o ensoñado, o delirando, su perfectas formas, sino que ascendiéndola en su rango de real naturaleza, y personificando su mudo ser marfileño, la visto con suntuosos ropajes y la hago regalos que a cualquier adolescente pura alegrarían y sencillas pedrerías que han sido talladas durante eones por las sabias manos de la naturaleza, y que en los lechos de los ríos cantan al paso de las corrientes crecidas de primavera, o conchas que recojo yo mismo en paseos por la playa (mientras en ella pienso: que ella conmigo camina recogiéndolas y se las ofrezco, y me contesta, discreta, con una sonrisa).
¿Y qué, si llegado el día de la ofrenda a Venus, que en mi reino --caso de ser yo el Rey-- es el más sagrado del calendario, yo su intercesión invoco? ¿Y qué si le pido a la diosa del amor, que mi amor premie? ¿Y qué si no atreviéndome a pedir infunda vida en mi obra de marfil, le sugiera me provea una como ella? ¿Pues qué? ¿Es que acaso, puestos en la tesitura de mi ya inocultable delirio de amor, no puedo enmendar mi misoginia y decida unir mi vida, por amor renacida a otra dimensión, a una mujer, no ya como aquellas arteras Propétides denostadas, sino como la virgen dulce y perfecta que mi anhelo ha dictado a mis manos? Ah, si hubierais visto como yo vi a la misma diosa --¿o fue tal vez producto del mismo delirio?-- aparecer y sonreírme, y hacerme un gesto de asentimiento con aquella cara de belleza arrebatadora, que me pareció ya suficiente premio el haber podido contemplar --siquiera fuera en sueños de razón arrebatada--; cómo los signos todos, en aquella ofrenda, parecían sonreírme y avalar mi petición...
Pigmalion - La Diosa Enciende - Edward Burne-Jones |
Cuando, acabadas las fiestas, y arrobado por la aparición de la diosa, regresé en busca de mi amada de marfil, y la abracé enardecido por la experiencia vivida, y la besé... ¿Qué creeríais que sucedió? ¡Oh, dioses del Olimpo, musas del Parnaso, Apolo que doras con tus rayos la mente de los hombres, y les das la luz del conocimiento! Oh, tú, mi romana Afrodita, Venus nacarada, hija de la espuma, la más bella de las bellas,... Al posar mis labios sobre los suyos, la dureza del bien labrado marfil había desaparecido, su temperatura entibiado, su textura mudado en el flexible labio ahora henchido de mucosa y humor vital. Su color crema tomar el matiz levemente rosáceo de la piel regada por la venas, su carne ya no imaginada sino mullida molla de mujer --marfil quintaesenciado--, por momentos, ante mi beso, transmutarse toda, y caer amoldándose en mis brazos como una diosa durmiente que volviera del sueño en que se soñara marfil y recuperara su naturaleza de conductos y tegumentos, y ojos de color, y brillo inusitados, y aliento tibio, y latir de venas bajo mis dedos, sentí. La diosa, mi diosa, Venus Verticordia la transformadora de corazones, se apiadó de mí, he hizo de mi sueño una realidad...
Al fin, aquí doy por terminada esta crónica reseñada y aureolada por tan ilustre poeta, (Ovidio), que si un día fue exiliado de su patria por el Emperador de Roma, no lo fue por defecto de amor, antes bien al contrario, por muy bien amar la naturaleza de los hombres --y, por supuesto, amar bien a las mujeres--, lo que le trajo el inconveniente de la envidia y los celos, siempre como adustos buitres esperando su oportunidad.
Pigmalion - El Espíritu Alcanza - Edward Burne-Jones |
Si fui rey o no lo fui, si fui escultor o no lo fui, es lo de menos; lo importante, lo que subyace en esta historia legendaria, es..., es... bueno, ya saben a lo que me refiero, lo están pensando ahora mismo.
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