No estaba loca

No estaba loca, un espíritu extremadamente inteligente, bello y sensible, amante del arte y de la música que quiso vivir dentro de una sociedad enloquecida, corrupta por el ansia de poder. Fue una gran amante, entregó su corazón a pesar de no recibir nada a cambio ya que a los 16 años fue obligada a abandonar su hogar, su tierra y desembarcar en un país extraño para contraer matrimonio con un desconocido para acercamiento de las coronas de Francia y España, pero por un extraño motivo Juana se enamoró perdidamente de Felipe que era un hombre vano, ambicioso y de poco seso, amigo de la adulación y de dejarse guiar por falsos consejeros. Vanidoso, estaba acostumbrado a que las damas de su corte cayeran rendidas a sus pies a la menor indicación suya, y no estaba dispuesto a cambiar sus costumbres licenciosas por el mero hecho de estar casado, lo cual generó mucho sufrimiento en Doña Juana y aún doliéndole intensamente la pérdida de su amado, sabiendo que era la única heredera de la corona, la reina Juana no derramó una sola lágrima y dio severas órdenes para que solamente hombres velasen el cadáver, prohibiendo que ninguna mujer se acercase a él. Dicen que estuvo presente mientras lo embalsamaban y no quiso que le enterrasen, sino que, pasados algunos días, mandó que el féretro fuese trasladado a la cartuja de Miraflores por ser el monasterio de cartujos (es decir, de hombres), e hizo que lo instalasen en una dependencia de clausura para que ninguna mujer pudiese verlo, salvo ella por privilegio especial. Estaba enferma de celos y aunque fundados estas actitudes fueron aprovechadas por sus enemigos.


Por fin, el 20 de diciembre se consiguió que doña Juana consintiese en trasladar el cuerpo de su esposo a Granada para ser enterrado junto al de Isabel I 
Envió su corte por delante de ella y solamente llevó en su cortejo varios frailes y una media docena de criadas viejas feas, a doña Juana la atormentaban los celos, incluso ahora que el hermoso don Felipe no era ya nada más que unos míseros despojos pestilentes. Escoltaban el féretro soldados armados portando antorchas. Como solamente se caminaba de noche, se hacía parada al llegar el día en la iglesia de algún lugar en donde los frailes del cortejo decían misas y pasaban la jornada entonando una vez tras otra el oficio de difuntos. Una de estas paradas se efectuó en un convento que había en mitad de la campiña, pero al darse cuenta la reina de que se trataba de un cenobio de monjas, aunque eran de clausura, ordenó se sacase de allí rápidamente el féretro y se acampase fuera del convento; es éste el momento que, idealizado, ha inmortalizado Francisco Pradilla en su famosísimo cuadro del museo del Prado".
Todo este dolor unido a las conspiraciones del Cardenal Cisneros y de su propio hijo Carlos acabaron con su salud. Ellos la declararon loca encerrándola en Tordesillas 
El Cardenal y su hijo la sentenciaron a la locura encerrándola, la reina que aunque triste no estaba loca ni era tonta no quería albergarse en ningún castillo en los viajes que hizo a partir de entonces, pues temía que la encarcelasen. Esa fobia a los castillos la atribuyeron a la locura, hasta que accedió a albergarse en uno, en Tordesillas, la dejaron en contra de su voluntad encerrada en una celda sin luz y sin ventanas, sin saber cuando era de día y cuando de noche, donde la humedad, el frío y el calor no cesaba, vivía encerrada con una mujer muda y con su hija Catalina que cuando cumplió los doce años como regalo el cardenal la abrió una ventana para su celda, que bonito regalo para una niña ya podía sentirse agradecida al cardenal y a la santa iglesia.



Se aprecia muy bien en la pintura La Reina Juana la Loca recluida en Tordesillas con su hija la infanta doña Catalina, del mismo Francisco Pradilla, también en el museo del Prado de Madrid, hoy la podemos ver dentro de la exposición la belleza encerrada
Y así pasaron años y años. Cada vez se va acentuando la enfermedad de la reina. Tiene arrebatos de furia, golpea a las criadas y a las damas de su servicio, come sentada en el suelo y, al terminar, arroja la vajilla y los restos de comida detrás de los muebles. Se pasa dos días sin dormir y luego, durante otros dos, no se mueve de la cama. Va andrajosa y sucia, no se lava.. Durante cuarenta y seis años vive, si a eso se le puede llamar vivir, encerrada en Tordesillas. Doña Juana está cada vez más enferma, sus piernas se ulceran, se infectan las heridas, tiene fiebre y vómitos. Sus dolores son tales que no grita sino aúlla día y noche. Muere en la madrugada del 12 de abril de 1555, a los setenta y cinco años de edad, después de haber estado encerrada desde los veintinueve. Más tarde, el nieto, Felipe II dispondrá el traslado a Granada. Allí quedarán, junto a los del esposo, junto a los de los padres.
Lavemos la imagen de Doña Juana, un espíritu sensible, honesto, adelantado a su tiempo, un ser que fue todo amor a España y a los suyos y que fue traicionada, vilipendiada y tratada de loca esquizofrénica por una sociedad mojigata, puritana, beata, hipócrita farsante que me recuerda a la que vivimos hoy en día con estos políticos que tenemos.

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