La Torre de Babel


La historia bíblica nos habla de gentes de oriente que hablaban una sola lengua y que llegaron a la tierra de Shinar y se dijeron “vamos, hagamos ladrillos y cozámoslos al fuego” (Génesis XI), y se pusieron a construir la torre para que llegara al cielo. Entonces Dios se cabreó con ellos y los confundió haciéndoles hablar muchas lenguas para que dejaran de trepar y se dispersaran por la tierra y se multiplicaran.

Un dato que debería llevarnos a cierta reflexión es la presencia del mito de Babel en tradiciones bastante distantes. El Corán sitúa el mito en el Egipto de la época de Moisés, y -lo más extraño- también hay un mito mesoamericano que habla de la construcción de la gran pirámide de Cholula con objeto de arrasar el cielo, y de su destrucción por parte de los dioses y la confusión de las lenguas de los trabajadores. Este mito se lo contó a fraile dominicano Diego Duran un sacerdote de Cholula de 100 años de edad, poco después de la conquista de México. También hay una antigua leyenda tolteca que cuenta aproximadamente lo mismo. Historias similares corren por Nepal y el norte de la India, así como en China. En todas se habla de una única lengua original, del desafío del hombre a Dios y de la instantánea confusión de lenguas a manos de éste.

El mito de Babel se puede considerar una metáfora. La separación de lenguas significa la fragmentación de la unidad, la división… Y la división significa la caída, porque la voluntad del hombre no puede realizarse si su ego está dividido. La división no fue solo entre personas, fue además en cada uno de nosotros. Vencer la división y alcanzar la unidad, el absoluto, equivale a vencer a las mil cabezas de esa hidra que es el ego, ese cúmulo de “yoes” que van turnándose para reclamar comida, fama, sexo, dinero, diversión, amor, victoria o molestias de ese estilo.

Babel está compuesta de dos palabras: “Baa”, que significa “puerta”, y “El” que significa “Dios”. Por tanto, la torre es una puerta hacia Dios. Cuando se habla de una puerta hacia Dios, resulta absurdo interpretar literalmente que hay que subir escalón tras escalón y al final te plantas en el cielo y conoces a Dios. Desde una perspectiva esotérica la puerta hacia Dios nunca ha estado fuera de uno mismo, sino disponible en cada uno de nosotros, esperando ser descubierta. Evidentemente, no podemos encontrarla si solo miramos al estrecho cuartito del piso de la torre donde nos encontramos. Y si miramos “desde la torre” no vemos “la torre”, sino la vista correspondiende a nuestro cuartito, una distorsión del absoluto.

La torre, que es una torre helicoidal, está por tanto mostrando un camino, un camino cuesta arriba, que parte de lo concreto y efímero (la tierra) y lleva hacia lo abstracto y trascendente (el cielo). Ante el reto de cómo representar un camino interior, abstracto… humanos de todo el mundo acuden al significado simbólico más evidente: la construcción humana (no natural, de ahí el ladrillo) interior de un camino que sube, como las plantas cuando evolucionan, que sube hacia la luz, las estrellas, lo infinito. El mito de la torre de Babel describe un arte.

La humanidad se halla dividida en estratos. El externo es al que pertenece la casi completa mayoría de la población, vive en el anonimato, no se comprende con los demás, todo cuanto ve es reflejo de su propio ego, interpreta conforme a su propio idioma mental, vive en lo imaginario, prejuicial… incomprendido e incapaz de comprender nada más allá de su nariz. Una tremenda barrera divisoria separa este del interno. Las personas que residen en dicho estrato tienen conocimiento del camino hacia el Absoluto. Continuamente se lanzan mensajes desde los círculos esotéricos hacia la confusa humanidad de afuera para tratar de dirigir a los hombres hacia sus propias posibilidades evolutivas, para sacarlos de la incomprensión y la división y permitir que en ellos se alce la unidad. Se trata del camino o “los caminos” místicos de acercamiento a aquello a lo que se llama Dios desde esta perspectiva; no una entidad separada de ti que te gobierna, sino más bien el “todo”, el “absoluto”.

El lenguaje no es la única barrera, solo las ejemplifica. La incomprensión es total: no escuchamos lo que dicen sino que remitimos a categorías mentales prefijadas, etiquetamos personas, actitudes, formas, obligaciones, tonos, sonidos, animales y desde ese mismo momento dejamos de ver la realidad y comenzamos a vivir en nuestra imaginación. El pasado y el futuro contaminan la experiencia del presente hasta tal punto que todo lo que vivimos termina siendo engorrosa repetición de este pasado o inútil ensoñación del futuro. La división de las lenguas es una metáfora de la división humana, de cómo estamos alienados, encerrados en cubículos autorreferenciales que nos impiden movernos por la torre, evolucionar.

La construcción de la Torre de Babel - Pieter Brueghel, El Joven  - 1.595 - Museo del Prado

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