Conócete a ti mismo


Carl Jung dijo que habíamos de hacer consciente el dominante substrato del inconsciente, individuarnos, para no padecer aquella región subliminal de nustra mente como un designio fatídico. Asimilar nuestra mente inconsciente en toda su dimensión transpersonal es otra forma de decir ser uno mismo.
Cómo entonces ser uno mismo? Por una parte parece que la clave está en conocerse a sí mismo, en explorar la propia psique, en trabajar sobre aquellas cosas que impiden la expresión natural del ser, una forma un poco de regresar al instinto: “La verdad de una cosa es cómo se siente, no cómo se piensa”, dijo Stanley Kubrick. Conectarse con el cuerpo (con la percepción integral y no sólo racional), es una de las formas más evidentes, algo que además sitúa en el presente. Otra de las claves tiene que ver con creer en uno mismo y dejar de creer en lo que se nos ha inculcado sin que lo hayamos experimentado (limpiar el pizarrón de la mente, decía Krishnamurti, el gran descondicionador). En palabras de Goethe: “La magia consiste en creer en ti mismo, si lo logras, entonces conseguirás que cualquier cosa suceda”. Una defición muy similar a la de Crowley: “La Magia es la Ciencia de entenderse a sí mismo y las propias condiciones. Es el Arte de aplicar ese entendimiento a la acción”.

Existe una dimensión espiritual en esta predicación de ser uno mismo. “La fuerza vital experimenta con formas. Tu eres una. Yo soy otra. El universo ha clamado su existencia. Tu eres uno de esos clamores”, escribió Ray Bradbury. En la profundidad del ser, en la individualidad uno es indivisible del universo. Este es el secreto místico de esta filosofía, que al depurar las propias puertas existenciales uno se desvela como una expresión del universo, la totalidad en un instante, en un cuerpo, en un ego que se diluye en el mar de las frecuencias y las vibraciones. Saber esto, que somos el universo, que somos dios (o un sistema de partículas de la misma sustancia que creó todo) es la más alta afirmación, las más profunda confianza, ante ella todo palidece y se vuelve insignificante  o mejor dicho se vuelve un juego y es jugando, como los niños o los animales (pero con una conciencia adquirida que despierta al espíritu), estamos más cerca de nuestro ser en toda su luminosa posibilidad.

En el antiguo templo de Luxor había dos niveles,un templo externo en el que los iniciados podían entrar y otro interior al que se accedía solamente cuando se lograba la gnosis. En el templo externo decía “El cuerpo es la casa de Dios”, en el templo interior se decía: “Hombre conócete a ti mismo… y conocerás a los dioses”.


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