Cátaros


El término «cátaro» proviene del griego Catharos, que significa «puro», y si por otro motivo son conocidos como albigenses es debido a la importancia que tuvieron sus comunidades en la ciudad y región del Albi, situada en el sur de Francia.

Catedral de Santa Cecilia - Albi (Sur de Francia)

Los cátaros, que se denominaban a si mismos Buenos Hombres o Buenos/as Cristianos/as, leían sobre todo el Nuevo Testamento, en lengua occitana, y lo contraponían al Antiguo: el Dios Bueno no pudo crear este mundo, sino Lucifer. Los hombres eran ángeles caídos que tenían que liberarse de este mundo. Cristo sería el enviado de Dios para indicar el camino de salvación. No reconocían la naturaleza física de este, ni veneraban la cruz, que para ellos era un instrumento de suplicio. La vía de salvación era el rechazo a la violencia, la mentira... el único sacramento que consideraban fundado en el antiguo testamento era el de la imposición de manos, (consolament) era a su vez bautismo, penitencia, ordenación y extremaunción.

Para los cátaros, el mundo no era obra de un Dios bueno, sino la creación de una fuerza de las tinieblas, inherente a todas las cosas. La materia era corrupta, por tanto no tenía nada que ver con la salvación. Había que hacer poco caso a los complejos sistemas ideados para intimidar a la gente y obligarla a obedecer al hombre poderoso ya sea militar, económico o eclesiástico. La autoridad mundana era un fraude, y si estaba basada en cierto decreto divino, como sostenía la Iglesia, era también una rotunda hipocresía. El dios que merecía la adoración cátara era un dios de luz, que gobernaba en el mundo invisible, etéreo y espiritual, este dios, sin interés en lo material, no se preocupaba por si alguien hacía el amor antes de estar casado, tenía por amigos judíos o musulmanes, trataba a hombres y mujeres como iguales, o hacía alguna otra cosa contraria a la doctrina de la Iglesia. Correspondía a cada individuo (hombre o mujer) decidir si estaba dispuesto a renunciar a lo material y llevar una vida de abnegación. Si no era así, seguiría volviendo a este mundo , esto es, se reencarnaría hasta estar preparado para abrazar una vida lo bastante inmaculada para permitirle el acceso, tras la muerte, al mismo estado dichoso que hubiera experimentado como ángel antes de haber sido tentado hasta perder el cielo al principio de los tiempos. Así, salvarse significaba llegar a ser santo. Condenarse era vivir, una y otra vez, en este mundo corrupto. El infierno estaba aquí, no en cierta vida futura inventada por Roma para que la gente estuviera siempre aterrorizada y sometida a una élite.

Los cátaros,  a los que les fueron entregadas las llaves para la salvación de la humanidad, son los discípulos directos de María Magdalena. Han sido ungidos por ella de la misma manera que Cristo. María Magdalena revelaba el misterio más grande en la Tierra:: las almas han llegado al mundo para, a través de su pasional, concebir de la Divinidad, lo que no es posible en los cielos...

Creer en lo que se conoce como los Dos Principios de la creación (el Mal en el mundo visible, el Bien en el invisible) es ser dualista, partidario de una idea que ha sido compartida por otros credos en los esfuerzos por abordar lo desconocido habidos durante la larga historia de la humanidad. No obstante, el dualismo cristiano de los cátaros postulaba un lugar de confluencia entre el bien y el mal: el corazón de cada ser humano. Allí, nuestro vacilante destello divino, remanente de aquel estado angelical anterior, esperaba pacientemente verse liberado del ciclo de reencarnaciones. Incluso una descripción rápida de la fe cátara nos da una idea de lo sediciosa que era la herejía. Si sus dogmas eran verdaderos, los sacramentos de la Iglesia deberían ser forzosamente nulos y sin valor por el simple motivo de que la propia Iglesia era un engaño. ¿Por qué, pues, se preguntaban los cátaros, hacer caso dela Iglesia? Y más en concreto, ¿por qué pagarle impuestos y diezmos? Para los cátaros, los atavíos eclesiásticos de riqueza y poder mundano servían sólo para poner de manifiesto que la Iglesia pertenecía a la esfera de lo material. En el mejor de los casos, el Papa y sus subalternos eran unos ignorantes; en el peor, agentes activos del creador maligno.


Comentarios