La Gloria

Lo primero que llama la atención cuando se estudia la última etapa de la vida del Emperador al que Erasmo de Rotterdam bautizó como el Nuevo Cesar, es que abdicó de todos sus títulos y coronas tres años antes de su muerte. ¿Qué le pudo ocurrir? Se supone que un monarca o un papa deben permanecer en el trono hasta el día que Dios decidiese llevárselo. Por qué pasó de un emperador extrovertido que dedicaba casi todo su tiempo a ocuparse de asuntos de la corte, de organizar campañas militares para expandir el imperio y a los asuntos de su familia, como el caso de su madre Juana la Loca recluida durante cincuenta años en el castillo de Tordesillas, fue en esta época que tratamos cuando doña Juana murió cristianamente. Poco antes de expirar, dicen que Dios quiso concederle la razón que le faltó en vida y ofrecerle así la oportunidad de morir en la paz del Señor. Supongo que esto sería un factor más desencadenante del cambio de personalidad del monarca, unido al delicado estado de salud que presentaba (La gota y las hemorroides lo tenían consumido de dolor). Añadido esto a el estado depresivo que le ocasionó no haber puesto en marcha el plan para acaudillar la última cruzada en tierra santa y al fracaso en detener la expansión de las ideas de Lutero, quizá esto fue el detonante para que el monarca cambiase y que solo le preocupase como iba a ser su tránsito al más allá, repitiendo a sus allegados frases como “es cosa de gran virtud prepararse para el buen morir” o “hay que aprender a ir ligeros de equipaje”. Carlos V se estaba preparando para la muerte. 

Y aquí es donde entra en escena Tiziano, el pintor favorito del Emperador, fue el encargado de mostrar el sentir de Carlos V en esa etapa última de su vida. Me refiero al cuadro de la Gloria, único, de una belleza extraña, casi sobrenatural. Esta pintura se encuentra en el museo del Prado y es prácticamente la primera pintura que te recibe cuando entras al museo por la puerta de Goya. 

Tiziano pintó el cuadro con arreglo a las instrucciones que recibió del emperador. La escena es sobrecogedora: el cielo se abre sobre un campo casi vacío, la espectacular composición, en forma ovalada, está presidida en lo alto por el Espíritu Santo, quien se halla flanqueado por el Padre y el Hijo, cuyas azules vestimentas destacan sobre luminosos fondos amarillentos, recibiendo a profetas patriarcas y rostros conocidos de la España del siglo XVI. A la izquierda, en un nivel algo inferior, se encuentra La Virgen, envuelta en un manto igualmente azulado, dirigiéndose hacia la Trinidad. María, seguida por San Juan Bautista, gira ligeramente el rostro para contemplar el coro de figuras que se despliega ante sus ojos. Tiziano representa aquí a la Virgen y al Bautista en su condición de intercesores entre Dios y los hombres. 

A la derecha, envueltos en blancos ropajes, y acompañados por ángeles con palmas, se encuentran varios miembros de la familia imperial de los Austrias: Carlos V, se ve al Emperador con la mirada clavada en Jesuscristo y tras él, el futuro Felipe II, su esposa la emperatriz Isabel, Felipe II, su hermana doña Juana, y las tías de ambos, doña María de Hungría y doña Leonor. Los dos ancianos barbados del nivel inmediatamente inferior han sido identificados como Pietro Aretino, consejero de Tiziano, y el propio pintor de perfil, en los papeles de de San Jerónimo sujetando su Biblia y a Noé con su arca o Moisés con sus tablas. La joven que nos vuelve la espalda, vestida de verde amarillento y con los brazos alzados, ha sido identificada tradicionalmente como la Iglesia, o, en su defecto, como la Sibila Eritrea (que realizaba profecías sobre el Juicio Final), María Magdalena, Judith o Raquel. 

Llama la atención los planes que el emperador tenía para la pintura, Carlos V llegó a organizar en persona sus exequias e incluso dio la orden de que se celebrasen como si ya hubiese muerto para poderlas presidir. Por supuesto bajo la pintura, mezclado con los monjes que cantaban el oficio de difuntos, rogó por su eterno descanso como si ya hubiese partido de esta vida. Se llegó a decir que oró con tal frenesí que terminó tendido en el suelo haciéndose pasar por muerto, el paraíso abriéndose para recibir el alma del difunto Carlos V. Por algún motivo el emperador consideró al cuadro como si fuera una puerta, se cree que el emperador entraba en trance contemplándose en la pintura buscando inspiración para el largo viaje que estaba a punto de emprender, veía en esa pintura como su particular puerta al más allá. 


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