El reino milenario


Otros la han llamado El reino milenario, La pintura del madroño, El paraíso terrenal... Y esa ambigüedad es lo que convierte al Jardín de las delicias en uno de los cuadros más importantes de la pintura profética del Renacimiento. Un aviso para nuestro tiempo. Para comprender esta función hay que mirar la pintura desde otra perspectiva.Si uno se enfrenta a ella de frente, como se hace tradicionalmente, sólo cosechará equívocos... 

La pintura es un prodigio. Aunque se mire una y otra vez un mismo cuadrante, siempre se encuentra algo nuevo en lo que fijar la atención 

Empezando por la izquierda, en el primer panel se ven tres humanos en esa escena, y un universo animal detrás: elefantes, jirafas, puerco espines, unicornios, conejos y hasta un oso subiéndose a un frutal. Una misteriosa ave rapaz ocupa el centro exacto de la pintura junto a una “fuente”, saliendo de las aguas, se distingue un reptil de tres cabezas y varios mutantes más, un pájaro tricéfalo que parece pelearse con un pequeño unicornio y un pez con pico. A su derecha, un híbrido de ave y reptil devora a un sapo. Y en el lado opuesto, un gato ha atrapado a un roedor y se lo lleva para dar cuenta de él. Es curioso se supone que en el Paraíso Terrenal había sido desterrada la muerte. 

El jardín de las delicias, cerrado, se me antoja todo un hallazgo. Está cuidadosamente pintado, pero apenas tiene color. Muestra una escena irreal, en la que todo lo domina una esfera transparente, en su interior una gran isla circular que simula emerger de las aguas. Sobre ella, en la esquina superior izquierda, muy pequeño, se distingue un anciano con triple corona y un libro abierto entre las manos. Es Dios y lo contempla todo cerca de dos frases escritas en letras góticas: Ipse dixit et facta sunt e Ipse mandavit et creata sunt. “Él lo dijo y todo fue hecho”, “Él lo ordenó y todo fue creado” primer capítulo del Génesis. 

EL Abad Cisterciense Joaquín de Fiore (1130-1135/1202) "de Espíritu profético dotado" ("Divina Comedia" de Dante Alighieri, "Paraíso", "Canto XII"), en su Obra "Concordia Novi ac Veteris Testamenti", escribiendo sobre las Tres Edades del Mundo, dice: 

"Las disposiciones de la Santa escritura nos muestran tres status del mundo. El primero en el cual estuvimos bajo la Ley; el segundo en el cual estamos bajo la Gracia; el tercero, que esperamos pronto, bajo una Gracia más amplia". "El primer estado fue el del Conocimiento -scientia; el segundo el del poder de la Sabiduría; el tercero el de la plenitud de la Inteligencia. El primero el de la esclavitud servil, el segundo el de la servidumbre filial; el tercero el de la libertad". "El primero estuvo puesto bajo la luz de las estrellas; el segundo bajo la de la aurora; el tercero en pleno día". "El primer status pertenece pues al Padre, el segundo al Hijo, y el tercero al Espíritu Santo". (Liber Concordiae, V, cap. 84, f 112 y 112 v.) 

Joaquín de Fiore fue un auténtico visionario. Comenzó a experimentar trances y éxtasis justo después de una visita al monte Tabor que hizo durante su peregrinaje a los Santos Lugares. Pero, además de vidente fue también un intelectual que desarrolló lo que llamó spiritualis intelligentia, una capacidad única para combinar razón y fe que lo convirtió en uno de los grandes pensadores de su tiempo. Todo el mundo lo tuvo en la máxima consideración. Mantuvo correspondencia con tres papas. Ricardo Corazón de León fue a escucharlo a Sicilia. Sus escritos eran considerados casi como la palabra de Dios. De hecho, fue en ellos donde anunció la inminente llegada de un Papa Angélico que uniría poder material y espiritual. Aunque lo que verdaderamente le importaba era lo que creía que iba a llegar después de ese pontífice: ¡el reino milenario! 

Según De Fiore, Jesús regresaría a la Tierra y tomaría el control de nuestro destino. Lo curioso, es que El reino milenario es también el nombre más antiguo por el que se conoce a este tríptico, y refleja a la perfección lo que el monje esperaba que ocurriera con nuestro mundo. Su teoría debió de cruzar Europa a toda velocidad y llegar a los Países Bajos gracias a las principales órdenes religiosas del momento. 

Joaquín de Fiore, el lejano inspirador de esta tabla según algunos expertos, tenía una curiosa manera de entender la Historia, y parece que el Bosco comulgaba con ella. Creía que ésta podía interpretarse de dos formas diferentes, según si su estudio arranca en la creación y nos dirige hacia el nacimiento de Jesús o si parte de ese acontecimiento y nos lleva hacia su segunda venida. Para De Fiore ambos periodos son paralelos, duran lo mismo y se comportan como un espejo: el uno se refleja en el otro. Por eso, estudiando el primero puede anticiparse lo que está por venir en el segundo. Y el primero es el camino de la advertencia. Al “leer” este tríptico desde la izquierda, primero se verá el paraíso y la creación del hombre, luego su multiplicación sobre la Tierra y la ulterior expansión y corrupción a la que conduce el pecado de la carne. Y justo después, el fin. El infierno. El castigo por los excesos. 

Pero uno también puede tomar el camino de la profecía al ”leerlo” desde la derecha y se puede entender que el primer panel muestra el reino del Hijo, el que vivimos hoy. Fijándose bien en ese infierno: la naturaleza brilla por su ausencia. Ahí sólo destacan edificios y cosas hechas por el hombre que se han vuelto contra él. Es el mundo que habitamos hoy. Por eso, al saltar al panel central, esa exuberancia de naturaleza, agua, frutas y seres vivos, hay algún símbolo como el de la lechuza aves capaces de ver en las tinieblas, desde tiempos ancestrales encarnan el ideal de conocimiento supremo, de aquel que penetra en lo invisible. Sólo ellas se mueven con total precisión en lo oscuro. Y eso quería decir, a ojos de los antiguos, que podían atravesar los territorios de la muerte, del más allá, eran conductores de almas, también se puede observar la unión de las razas y la igualdad debido a la desnudez. Todo se está interpretando como una profecía, como algo que está por venir. Te está diciendo que la humanidad está predestinada a librarse de las cargas del mundo para convertirse en una comunidad cada vez más inocente, menos apegada a la carne. Más espiritual. El panel central, pues, dejaría de verse entonces como la representación de los pecados de nuestra especie para admirarse como la representación de un estadio evolutivo superior respecto a la humanidad del infierno. Y entonces, viendo la última tabla, la de la izquierda, se entenderá que al final de los días estaremos codo con codo con Jesucristo. Hay que darse cuenta que el hombre vestido del panel de la derecha se asemeja más a Jesús que al Dios anciano que está en la otra cara del panel. 

Hay un gran enigma con otro personaje, al extremo inferior derecho de la composición. Junto a un pequeño corrillo de personas se vislumbra un accidente en el terreno, una cavidad de la que se asoman un muchacho y una mujer. El hombre que está en el interior. Tiene dos características que lo convierten en excepcional: la primera es que está vestido (sólo Dios-Cristo aparece con ropa en la tabla izquierda), y la segunda, que posa descaradamente la mirada en el espectador, de nuevo igual que Dios. Se cree que se trata del maestro del Espíritu Libre, una secta adamitica creían que, al ser hijos de Adán y creados por tanto a imagen y semejanza de Dios, eran incapaces de pecar, practicaban sus ritos desnudos, en cavernas. “Desnudos, hombres y mujeres se encuentran” “Desnudos rezan. Desnudos escuchan las lecturas. Desnudos reciben los sacramentos, y por esto llaman paraíso a su iglesia”. 

Se ha dicho que el hombre vestido que mira al espectador fue quien encargó la pintura, está señalando a la “nueva Eva”, una muchacha que sostiene en una mano la célebre manzana del Jardín del Edén. Fijándose bien se vislumbra a alguien que está detrás de él. Apoyado en su hombro, se puede distinguir el rostro de otro personaje que bien podría ser, el autorretrato del Bosco. Ahí aparece en la sombra, apoyado en el hombro de su mentor. Ambos hombres nos miran posando junto a esa Eva naciente que se asoma a una especie de puerta de cristal entreabierta. Parecen señalar a un tiempo a la mujer y al umbral, como si la finalidad última de la pintura se tratase de una herramienta, un umbral o puerta. El cuadro debe entenderse como una puerta. Un umbral que te traslada a una realidad trascendente. Y la mujer en actitud de descanso, semidormida, representa la llave con la que la abriremos. 

Ese destino, lo queramos o no, está escrito y es inapelable. Eso nos dice la lectura del tríptico. “Al final de los tiempos seremos capaces de ver a Dios y hablar con Él; la Iglesia y sus sacramentos se volverán inservibles”.





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