La luz en uno mismo


Acceder al maestro interior significa vida, realización y plenitud, pero también supone trabajo, esfuerzo y sacrificio. El maestro interior sólo existe si existe la persona que se compromete en el camino espiritual que lleva a la Luz y a la vida. Cuando una persona sigue las enseñanzas de su maestro interior crea el orden en su interior y también en la realidad objetiva y material en la que vive. En su vida cotidiana crea y transforma, pues obra apropiadamente en el nivel de un mundo al que supera.

Sin embargo, para percibir la vida así, espiritualmente, para darse uno cuenta de que debemos abrir las puertas a nuestro maestro interior, para aceptar la vida como la vocación esencial de ser consciente y de obrar adecuadamente, hay que haber alcanzado cierto grado de evolución. Entonces, vivir espiritualmente, manifestando en el mundo el conocimiento de nuestro maestro interior, será un privilegio y una misión.

Nuestra consciencia está limitada al plano material, pero con la ayuda de nuestro maestro interior el sueño en el que estamos sumidos se termina y nos vamos dando cuenta de lo que ocurre en otras dimensiones superiores. Cuando mediante un trabajo de ambos, del maestro interior y del discípulo, éste empieza a vivir espiritualmente y lo sobrenatural se hace "natural", el alumno empieza a transformarse. Poco a poco, una nueva disposición de ánimo le hace libre para vivir una vida más plena. Todo lo cual se realiza tanto en el mundo exterior, espacio/temporal, como en el espacio interior del discípulo.

Quien llega a la madurez del camino encuentra a su maestro interior, y con él a todo el conocimiento perenne que necesita. Si no tuviera esa madurez tampoco podría nunca encontrar el conocimiento que, como el que se encuentra en estas palabras escritas, viene de fuera. O, si lo encontrara, no lo reconocería como tal.

"Si el ojo no tuviera luz no reconocería al Sol". De la misma manera, si la persona no tuviera acceso a su propio maestro interior, el conocimiento que viene del exterior no podría serle útil.

En este plano no existen los maestros, y para descubrir y aceptar el conocimiento que viene de fuera es preciso que en la profundidad del propio ser haya un maestro y que éste empiece a hacerse consciente. De esta forma hay que entender la pregunta que tantas personas se formulan: "¿Qué hay que hacer para encontrar un maestro?". Sencillamente hay que dejar que el maestro que llevamos dentro se exteriorice.

El conocimiento espiritual y el maestro interior sólo aparecen, sólo van al encuentro de aquél que tiene necesidad de ellos porque ha llegado al grado de madurez en el que no ser consciente, no conocer la verdad y no obrar adecuadamente hace surgir un profundo dolor. Vivir espiritualmente es haber abolido la separación que hay con nuestro maestro interior, es acceder al conocimiento y obrar apropiadamente. Entonces somos uno con nuestra naturaleza esencial, y ésta se expresa en nuestra vida cotidiana con magnanimidad, virilidad y virtud.

Los maestros aquí no existen, y la causa de que quien busca un "maestro" se sienta atormentado está en que ha emprendido un camino equivocado. Siente entonces en su interior que debe emprender el buen camino. De la misma manera que el verdadero maestro es interior, el camino que busca quien se ha perdido es, también, interior e innato. Y con la ayuda del verdadero maestro, el maestro interior, somos cada vez más nosotros mismos, y nos capacitamos para obrar adecuadamente, para transformar la existencia en nosotros mismos y en nuestro alrededor, de acuerdo con la consciencia, el conocimiento y el amor.

El maestro interior es la consciencia viva en nosotros y la fuerza que nos transforma, que nos lleva por el camino personal hacia el total cumplimiento de nuestro destino. Cada uno de nosotros somos una expresión de la vida, y en este sentido, siendo uno con el maestro interior, la vida se manifestará en el mundo con una pureza cada vez mayor. El maestro interior es la voz de la consciencia y los fundamentos de la moral, que es totalmente diferente de esa conciencia ética que nos pide respetar las normas de la sociedad en la que vivimos.

El maestro interior somos nosotros mismos, que nos mostramos lo que no debemos ser. Ya sabemos que para oír la llamada del maestro hay que estar preparado para ello. Sin embargo, para responder a esta llamada es imprescindible coraje y, también, cierta humildad. El ver al maestro en uno mismo se encuentra lejos de la presunción, aunque sea cierto que esto nos eleve, colme y comprometa a la vez. Es necesaria la humildad para aceptar el peso de este compromiso y del camino que se ha de recorrer. La verdadera humildad no consiste sólo en no querer parecer más de lo que uno es, es también aceptar ser más de lo que uno parece ser. Existe una falsa modestia que es, sencillamente, miedo a las responsabilidades. Y esta falsa modestia es un obstáculo para dejar que surja, para que emerja el maestro interior.

Maestro, camino y discípulo están necesariamente unidos en nosotros mismos. El despertar del maestro interior es al mismo tiempo el despertar del alumno, y ambos sólo existen en relación con el camino interior, en el que el maestro enseña y el alumno sigue y hace realidad la enseñanza en el mundo material y en el sutil.

Cuando el ser humano recorre el sendero espiritual en todas las circunstancias y en todas las cosas (en la forma de moverse, de tratar lo cotidiano, de hacer frente a los cambios y a los golpes de la suerte, en la manera de obrar ante los altibajos de la existencia, de resistir o sucumbir a las tentaciones del mundo), como ha llegado a vivir atentamente, oirá la voz interior del maestro. La voz alta o silenciosa, áspera o dulce, que le expresa es imposible no reconocerla. Esta voz le indica los progresos o los bloqueos, le dice si en un momento preciso está a punto de desviarse del camino traicionándose a sí mismo. La responsabilidad y el deber de ser consciente y de obrar apropiadamente está continuamente presente en el espíritu de la persona que ha despertado. La voz de la consciencia, mediante la que se manifiesta el maestro, no deja nunca de hablar. Si realmente nos hemos hecho alumnos toda situación cotidiana es una prueba.

Al afrontar la vida, que llamamos externa, y al destino, estamos siempre tentados de perder de vista el significado profundo de nuestra existencia. En muchas ocasiones (tentaciones o peligros del mundo) hacen que olvidemos lo que somos y lo que hemos venido a realizar, y nos dejamos arrastrar por los deseos del ego. En lugar de ocuparnos en ser conscientes y en obrar adecuadamente, nuestros intereses giran la mayoría de las veces en torno a saciar el deseo de obtener placer, seguridad y poder. Y así no realizamos las instrucciones de nuestro maestro interior ni vivimos espiritualmente. Debemos conocernos a nosotros mismos, sentir conscientemente nuestro propio sufrimiento y comprenderlo. Esto es capital en el camino espiritual.

Otra tarea que debemos llevar a cabo es la de crear un espacio del mundo sobrenatural en este plano material. El ser humano, en contacto con su maestro interior, en contacto con su propio ser, adquiere una forma de ser que constantemente debe replantearse frente a las nuevas dificultades de la existencia. Éste debe también aprender a discernir su lado oscuro. Su coraje o, por el contrario, su miedo ante el sufrimiento le revelarán si va bien por el camino y si se encuentra bajo la dirección (desprovista de indulgencia) del maestro interior. Si realmente está en camino la mínima pausa o desviación avivará las advertencias del maestro interior. Él nos invita a continuar cuando en el camino aparece un nuevo camino y dudamos de emprenderlo o no, a veces porque nos asusta el salto a lo desconocido. Y, por supuesto, el maestro interior también nos dedicará sus palabras de aliento cuando verdaderamente presentemos la manera de ser y de obrar justa. Cuando nuestra forma de ser y de estar es la apropiada le sentimos con una paz, con un silencio vivo y luminoso, con una profunda armonía interior que está por encima de todo movimiento de la mente y, también, del silencio y del tumulto del mundo.

Haber despertado verdaderamente al camino es signo de un alto y raro grado de evolución humana. Nuestros contemporáneos, para quienes la actitud justa se reduce a tener la capacidad de andar el propio camino, a tener la eficacia y el comportamiento normal que marcan las normas sociales, están muy lejos de este nivel. Sin embargo, entre ellos, los más adelantados ya no se sienten muy a gusto. Incluso muchos sufren. Por eso nuestro trabajo consiste en facilitar y adelantar el despertar de la consciencia que se traduce en obras apropiadas. Sólo así se expresa la totalidad y la profundidad de lo esencial del ser humano. Hasta en los hechos que pueden ser más simples y banales de lo cotidiano, y en las más concretas situaciones profesionales, el trabajo es justamente el de ser consciente y obrar apropiadamente. El trabajo espiritual debe desplegarse en aquellos ámbitos que a muchas personas "religiosas" de la sociedad les parecen tan alejados y tan poco interesantes, por ejemplo las labores cotidianas, los más modestos campos del mundo laboral o del ejercicio físico.

El ser humano que ha despertado al camino, cada instante lo vive bajo la mirada del maestro interior, y cada ocasión le parece la mejor para andar el camino espiritual, para ser consciente, para conocer sobre todo al ego y obrar adecuadamente.

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