Humano



En nuestro lenguaje cotidiano hay cosas realmente muy llamativas, y una de ellas es esa frase tan común con la que, ante cualquier fallo de alguien, comentamos: «Eso es muy humano». Alguien hace trampas en un examen o en un concurso y decimos: «Es muy humano». Otro defrauda al fisco y explicamos: «Es humano». Un hombre celoso hace la vida imposible a su mujer, y comentario al canto: «Es muy humano». Tras un

fracaso, alguien se viene abajo y se sumerge en la amargura, y le compadecemos con un «es humano». Curiosamente llamamos «humanos» sólo a nuestros vicios y carencias. Incluso, a veces, ese «humano» se convierte en sinónimo de «animal». Parecería que lo propio del hombre es lo bajo, lo caduco, lo que le aleja de las cumbres. Pero ¡si realmente lo humano es lo que nos diferencia del animal! ¡Si lo humano es la razón, la voluntad, la conciencia, el esfuerzo, la santidad! Eso es lo verdaderamente humano.

Humana es la inteligencia que hace del hombre un permanente buscador de la verdad, un ser ansioso de claridad, un alma hambrienta de profundidad. Humana es la voluntad, el coraje, el afán de luchar, el saber sobreponerse a la desgracia, la capacidad para esperar contra toda esperanza.

Humana es la conciencia que nos impide engañarnos a nosotros mismos, la voz que desde dentro nos despierta para seguir escalando, la exigencia que nos impide dormirnos.

Humano es el afán de ser mejores, el saber que aún estamos a medio camino, el señalarnos como meta la perfección aunque sepamos que nunca llegaremos a la meta total. Todo eso es lo humano. Y difícilmente llegaremos a ser verdaderos hombres si empezamos por autodisculpar nuestros errores bajo la capa de que «son humanos».
Ser hombre, es cierto, es una aventura muy ambivalente. Pascal definía al hombre como «juez de todas las cosas; estúpida lombriz de tierra, depositario de la verdad, montón de dudas; gloria y desperdicio del universo». Sí, es todo eso y mucho más. Y por eso la verdadera aventura y gloria de los humanos es, precisamente, elegir entre esas cosas, sabiendo que podemos quedarnos en aquello que decía Baroja del hombre («un ser un milímetro por encima del mono, cuando no un centímetro por debajo del cerdo»), o ser precisamente esa «gloria del universo».

Y ¿cuáles son las claves de la apuesta? Literalmente: apostar por lo que el hombre tiene de animal o por lo que tiene de racional. Apostar por el egoísmo o la generosidad. Elegir entre una vida vivida o una vida arrastrada. Optar entre vivir despierto o vegetar. Empeñarse en realizar nuestros mejores sueños o masticar nuestros peores deseos. Pasar los años envejeciendo, pero sin madurar, o esforzarnos por madurar sin envejecer. Saber que –como decía A. Dumas– «el hombre nace sin dientes, sin cabello y sin ilusiones, y los más mueren sin dientes, sin cabello y sin ilusiones», o levantar tercamente la bandera de las ilusiones y saber que podremos perder todo menos el entusiasmo.

Y lo grave del asunto es que todo hombre tiene que hacer esas opciones y que cada uno tiene que hacer la propia, sin buscarse disculpas en que el mundo o las circunstancias no le dejaron. Vivir, efectivamente, es apostar y mantener la apuesta. No apostar y dejar la apuesta en la primera esquina es, simplemente, morir antes de tiempo.

San Agustín, para ofrecer a los humanos el mejor de los piropos, decía que el hombre es «capax Dei», «capaz de Dios». Y efectivamente, lo que define el tamaño del alma es el ser «capaz de».

Capaz nada menos que de Dios, pero también capaz de un vacío que, precisamente por esa grandeza, sería casi infinito. ¿Hay en el universo tragedia mayor que un alma que se muere sin llegar a existir? ¿Qué aullidos no dará la naturaleza cada vez que se la obliga a prostituirse de necedad y vacío? ¡Es tanto lo que podemos ganar! ¡Tanto lo que podemos perder! Me asusta ser hombre. Me entusiasma y me asusta. A lo que no estoy dispuesto es a engañarme, a pensar que esto es un jueguecito sin importancia, que los años son unas fichas de cartón que nos dieron para ir entreteniéndonos mientras cae la tarde.

Comentarios