El Yo impuesto, autoridad

Quién Soy? Qué hago aquí? Cuál es mi propósito y el significado de mi existencia?. Tal vez te hayas hecho miles de veces ésta pregunta y no le hayas encontrado una respuesta concreta. Haz hecho muchos cursos, leído diferentes libros, transitado muchos métodos de autoconocimiento, desarrollo personal, meditaciones, etc, pero aún así sientes que no avanzas. Hay algo que no funciona. 
Ésto se debe a que es imposible entender quien eres desde una perspectiva falsa, es decir, no puedes saber quien realmente eres si no conoces quien No eres. Y aquí está el punto.

La mayoría de los seres humanos transitan éste camino confundiendo éstos dos extremos por desconocimiento. Esto trae como consecuencia mucha frustración, desánimo, y en muchas ocasiones hasta disgusto, creando un círculo negativo imposible de romper. Éste principio también aplica a muchos trabajadores espirituales que hacen hincapié en su parte luminosa apartando inconscientemente lo más fuera de la vista sus zonas de sombra, creyendo que de éste modo todo estará resuelto. Otros creen que a éstas zonas de sombra hay que combatirlas, sin entender que por algo están ahí y tienen un propósito determinado.



El descubrir quién No eres, es fundamental para saber quién verdaderamente eres  y qué es lo que has venido a realizar aquí. Éste es el propósito de tu existencia. Para ésto debes contar con herramientas concretas que te ayuden a ser consciente de tu tarea de vida. 

Muchas personas se dicen espirituales cuando en verdad no saben en qué consiste la espiritualidad, aunque puede que no les falte, ciertamente, buena voluntad. Muy posiblemente se encuentren aprisionados por el corsé de doctrinas y la influencia de individuos sectarios, y sientan en su interior que hay algo en sus vidas que no va bien y que su buena voluntad no es suficiente para remediarlo. Es necesario que sepamos lo que realmente es la espiritualidad, porque una espiritualidad mal entendida nos extravía y resulta nefasta para la humanidad.

La espiritualidad consiste en ser conscientes y obrar adecuadamente en todas las situaciones de la vida. Sólo de la auténtica espiritualidad renace la virtud, la verdadera virtud que no es cultivada por una mente dominada por el ego. Es preciso ser muy cuidadosos y conocer la verdadera intención que subyace detrás del deseo de ser espirituales y de utilizar las herramientas espirituales, porque siempre se encuentra aquí la presencia del ego.

Nadie puede ser espiritual mediante la autoridad. Ninguna autoridad, ni aquí ni en el más allá, puede hacer que seamos más evolucionados ni puede darnos el conocimiento de nosotros mismos. Y sin ese conocimiento propio no es posible obrar adecuadamente. Lo apropiado no puede existir cuando hay aceptación de una autoridad.

Es imposible para la mente que ha sido tan condicionada (educada en innumerables religiones, y en toda clase de tradiciones, supersticiones y temores) romper consigo misma y, de esta forma, dar origen a una mente nueva. La mente vieja es, en esencia, la mente que se halla atada por la autoridad. Existe la autoridad de la ley que la humanidad ha recopilado durante muchos siglos, existe la ley de las reacciones mezquinas que dominan nuestras vidas. También existen las leyes de las instituciones, de las creencias organizadas a las que se da el nombre de dogmas o religiones. Aquí no utilizamos la palabra autoridad en el sentido legalista, sino que entendemos esa palabra como tradición, conocimiento, experiencia, la autoridad como medio de encontrar seguridad y de permanecer en esa seguridad, externa e internamente. Después de todo, eso es lo que la mente está buscando siempre, un lugar donde pueda sentirse segura, donde no se la perturbe. Esta autoridad puede ser la autoridad de una idea autoimpuesta o la así llamada idea religiosa de dios, la cual no tiene realidad alguna para la persona verdaderamente espiritual. Una idea no es un hecho, es una ficción. La idea de dios es una ficción; podemos creer en ella, pero sigue siendo una ficción. Para encontrar al auténtico Ser, a la verdad o a lo otro, es preciso destruir por completo la ficción, porque la vieja mente es la mente temerosa, ambiciosa, la que tiene miedo de la muerte, del vivir y de la relación. Consciente inconscientemente está siempre buscando permanencia y seguridad.

Pero preferimos la autoridad a la percepción atenta de la vida porque vivir espiritualmente requiere trabajo, vivir atentos y conscientes, ser consciente y obrar adecuadamente es arduo. Y como casi todos preferimos vivir cómodamente nos sometemos a la autoridad para que moldee nuestra vida y nos fije pautas. Puede ser la autoridad de lo colectivo, del Estado, o puede ser la autoridad personal, del maestro, del salvador o del gurú. La autoridad, de cualquier clase que sea, nos ciega, engendra irreflexión. La autoridad otorga poder, y el poder se centraliza siempre y, por eso, corrompe por completo. Pero no sólo deprava a la persona que lo ejerce, sino también a quien la sigue. La autoridad del conocimiento y de la experiencia pervierte, tanto si le ha sido conferida al “maestro”, a su representante o al sacerdote. Lo importante es ser consciente y obrar adecuadamente en la propia vida de cada uno, en ese conflicto aparentemente interminable, y no el modelo o el líder. La autoridad del Maestro y del sacerdote nos separa de la cuestión fundamental, que es el conflicto de nuestras vidas.

Ser libres de la autoridad quiere decir que somos libres del temor, de tener que seguir e imitar a nadie. Seguir un ideal o a una persona es algo mecánico. En el momento en que se vuelven mecánicas dejan de ser moral o virtud. La moral y la virtud tienen que existir de instante en instante, de modo que deben estar libres de la autoridad. La ética social no es moral, en absoluto. Es inmoral porque admite la competencia, la codicia, la ambición, y la ambición es siempre antihumana, siempre destruye la relación.

Por lo tanto, la sociedad alienta la inmoralidad. La moral y la virtud trascienden a la ética. Sin moral ni virtud no hay orden, y el orden no debe ser conforme a un patrón, a una fórmula. La persona que sigue una fórmula, disciplinándose para alcanzar una moral y una virtud, es ignorante y estúpida, no obra adecuadamente y origina para sí misma problemas de inmoralidad.

Mientras haya autoridad hay conflicto, el cambio es impuesto y no surge por la comprensión. No podremos ver el contenido íntegro de nuestra alma mientras realicemos algún esfuerzo por cambiarlo. No podemos ver la verdad y obrar adecuadamente si no dedicamos a ello toda nuestra vida.

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