El miedo origen del apego


En el origen del apego está el miedo, y el miedo, además, alimenta y hace permanecer al apego.

El apego es la necesidad desmesurada y enfermiza de aferrarme a algo o alguien y el pensamiento, creado por uno mismo, que sin ese algo no puedo ser feliz.

El evolucionado entiende el apego como una realidad creada por la mente: la necesidad de algo o alguien para satisfacer nuestra felicidad.

El gran error en que nos han educado en esta sociedad nos hace creer que nuestra felicidad depende de algo exterior a nosotros, esto nos hace ver la base de la felicidad como algo inconsistente, algo perecedero y, por tanto efímero.

Hemos escuchado infinidad de veces que la felicidad no existe o que es muy poco duradera, que la felicidad son momentos... y esta afirmación proviene de la idea que la felicidad nos la dan los demás y algunas cosas materiales, somos felices en la medida en que tenemos a alguien o a algo. Si nos falta volveremos a ser infelices. Cuando este objeto nos aburre necesitaremos nuevos objetos, creados por el deseo, para seguir siendo felices. No puedo ser feliz si no tengo. No puedo ser yo si no tengo. Identifico mi yo con mis posesiones.

Sin embargo, laa verdadera felicidad no puede depender de algo externo a mí. La felicidad la genero desde mi interior, aprendiendo a estar en paz conmigo mismo, sintiéndome en armonía con lo que me rodea.

El otro error que se genera en la definición del apego es que necesitamos algo para sentirnos seguros. El apego me da seguridad porque me aferro a lo conocido, a lo que poseo y esta es la visión de muchísimas personas que basan su vida en no moverse de su ámbito conocido, en acaparar objetos y amistades, amor, respeto de los demás. Que le valoren le hacen ser más él.

El ego nos dice que si no somos reconocidos por los demás no somos nadie y el humano evolucionado sabe que en la nada es donde se encuentra el verdadero yo, puesto que venimos de ella y a ella regresamos. El ser un don nadie, el ser transparente, allí es donde se encuentra el ser observador creador.

El apego consigue que tenga miedo al cambio, a la evolución, con lo que paraliza el crecimiento personal, se convierte en un gran enemigo de cualquier cambio que pretendas introducir en tu vida.

El deseo de seguridad es un miedo atávico, creado por nuestros antepasados, y generado por miedo a lo desconocido. Carl Sagan explica algunos de esos miedos como a la oscuridad o la altura diciendo que los hombres primitivos temían a la oscuridad porque de noche salían los animales predadores, que se los comían. Entonces se subían a los árboles para dormir y temían caerse desde las copas porque en el suelo eran comidos.

En psicología se trata el apego como una necesidad que surge desde el nacimiento por aquellas personas que nos hacen sentir seguros.

El miedo más grande, me parece, es el de no ser amado. Se trata, en su origen, de un asunto de vida o muerte, y así es como puede quedar en nuestra fantasía inconsciente. ¿Cómo surge este miedo? Un bebé, cuando nace, necesita ser amado. Depende por completo de sus padres. El tener su amor es un asunto de vida o muerte, porque si no lo tuviera literalmente, moriría. De modo que cualquier amenaza de no tener ese amor le provoca un miedo profundo. El niño necesita ser amado, de modo que decide que tiene que hacer algo para lograr ese amor. Desde esa corta edad llega a la creencia equivocada de que el amor hay que merecerlo y de que es necesario portarse bien, ser niño bueno para obtener la atención y la aprobación de los padres. Este es el campo propicio para que se desarrollen los apegos no sanos.

Es necesario que los niños estén apegados a sus padres, es parte de su proceso de crecimiento. Un apego no sano, por el contrario, es el de una persona adulta que ha sido incapaz de desarrollar plenamente su individuación y crea dependencias emocionales respecto a otras personas, objetos o circunstancias.

En un proceso normal, o más bien, ideal de crecimiento, el bebé nace, y lee en la mirada de los padres que es bienvenido, que su presencia en el mundo les provoca una gran dicha, que lo consideran un regalo, un don del cielo. El bebé se siente seguro. El mundo es buen lugar para vivir. Él es una persona adecuada, tiene derecho a estar aquí. Si el bebé entra, tal vez en brazos de su madre, en una habitación donde se encuentran familiares y amigos, la habitación se ilumina, hay sonrisas, alguien se levanta y acaricia al bebé, le hace gracias... ¿Qué hizo el bebé para lograr esto, para merecer estas muestras de alegría y cariño? Nada, sencillamente existir. Para cuando el niño cumple dos años está tan seguro de que es amado y de que el mundo es un lugar seguro para vivir, que puede arriesgarse a ser cada vez más autónomo. Puede pararse frente a un hombre cinco veces más grande que él, y de quien depende para vivir, y con todo, decirle: «¡no quiero!», puede hacer un berrinche fenomenal y sabe que los padres siguen ahí, con su amor inalterable. A los cinco años puede explorar y experimentar, sus padres son respetuosos de su creciente ejercicio de la libertad, y el niño se siente seguro y protegido por los límites que ellos le marcan. En la edad escolar el niño descubre, día con día, sus capacidades y talentos, desarrolla su responsabilidad y continúa en su camino hacia la independencia. Sabe que sus padres se alegrarán con él por sus logros, y que lo apoyarán a superar sus fracasos, pero que el amor y la aprobación de sus padres no depende de sus calificaciones, de sus logros, ni de su conducta en general. En la etapa de la adolescencia el chico debe cuestionar las ideas, los valores y las normas de sus padres para luego formar sus propias ideas, valores y normas. Si hasta este momento ha sido guiado, respetado y amado, este momento crítico en la vida de todo ser humano será superado con éxito, con un mínimo de malestar en la familia. Para cuando esta persona llega a la edad adulta, es un ser humano independiente, libre, seguro de sí mismo, con un firme amor por sí mismo y capaz de amar en forma auténtica y sin apego. Ya no necesita apegarse a sus padres, ni a ninguna otra persona. No depende de la aprobación, de la atención o de la presencia de otras personas para ser feliz.


Este desarrollo ideal, sin embargo, rara vez ocurre en forma perfecta. La inmensa mayoría de los seres humanos encontramos dificultades en este proceso. Puede ser desde que el bebé no haya sido deseado, que la noticia de su existencia haya sido mal recibida, que durante la gestación la madre se haya sentido angustiada o deprimida. Puede ser que al nacer el bebé en la mirada de los padres haya leído «Esta es demasiada responsabilidad para mí» «Eres una carga», «No eres bienvenido». Puede ser porque los padres eran demasiado jóvenes, o tenían conflictos, o la madre estaba enferma, no importa, el mensaje es el mismo. En la mente del bebé se va formando la idea de «no merezco ser amado», «necesito luchar por ganar la atención». Después pueden venir un sin fin de errores y de mensajes equivocados. Por ejemplo, el de una educación autoritaria, que no permite al niño desarrollar su independencia, la violencia, mental, emocional o física, que lastima gravemente la seguridad del niño, la sobreprotección, que es una forma de manifestarle al niño que no sirve y especialmente, toda forma de amor condicionado: si te portas bien y haces lo que quiero, te quiero mucho. ¿Y si no…?

La persona que no recibió amor incondicional, perdió su centro. Vive para complacer a otros, con tal de obtener su atención, su afecto, su aprobación, que no un verdadero amor. No logró su independencia ni su individuación, siente que necesita de los demás para ser feliz, y se apega a ellos como cuando era bebé, con un sentimiento, probablemente inconsciente pero igualmente fuerte, de que el ser aprobado y aceptado es un asunto de vida o muerte. Esta dependencia puede trasladarse al trabajo, al éxito, al prestigio, al poder, a los bienes materiales… pero en el fondo sigue siendo el mismo asunto: el miedo a no ser aceptado.

Vivir sin apego significa amar desde la libertad, no desde el miedo. Yo te amo porque lo decido, porque me da la gana, porque para mí es un inmenso placer amarte... y si me correspondes, el gozo es inmenso, pero si no, de todos modos voy a estar bien, y disfruto de tu presencia cuando es posible.

Vivir con apego significa amar, o pretender amar, desde el miedo. Tengo miedo de amarte, de que me lastimes, sin ti no puedo vivir, no puedo respirar, te necesito... ¡Qué horror!

Vivir sin apego es conservar el poder sobre mí mismo. Vivir con apego es otorgar el poder sobre mí mismo a otras personas, a las cosas o a las circunstancias.

Cuando mi paz interior depende de algo externo se convierte en algo perecedero, breve, porque lo que está fuera es cambiante, efímero, no permanece y por tanto no puede generar algo que permanezca en el tiempo.

Si siento apego por algo o alguien, no podré sentir paz por mucho tiempo porque hay un factor externo que la desestabiliza.

La paz interior ha de ser generada en el interior y conseguir que sea permanente, por eso ha de conseguirse en un proceso consciente en el que despertamos nuestro Yo interno, dejando a un lado todo lo intrascendente y cambiante.

Surge entonces una pregunta: ¿yo soy permanente? Si basamos nuestra paz y felicidad en la imagen que tenemos de nosotros mismos, nos estaremos equivocando de nuevo, porque el ego es cambiante, la paz debe proceder de nuestro interior más profundo, de nuestro Yo interior, de la toma de conciencia de quién eres y cuál es tu objetivo. Cualquiera otra paz que tengas será efímera.

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