El espejo humeante

Dice la leyenda quiché que el gran maestro Quetzalcoatl (o Kukulcán) marchó de México cuando Tezcatilpoca (o Hurakan), un dios malévolo, y cuyo culto exigía sacrificios humanos, acabó venciendo en una especie de lucha cósmica entre las fuerzas de la luz y la oscuridad. A partir de entonces, bajo la influencia del culto de Tezcatilpoca, los sacrificios humanos impulsados por las razas de color empezaron a practicarse de nuevo en Centroamérica. Se dice que Quetzalcoatl partió en una balsa que estaba confeccionada de serpientes. Según la leyenda, quemó sus casas, construidas con plata y conchas, enterró su tesoro y zarpó hacia el mar oriental precedido por sus ayudantes, quienes se habían transformado en aves de brillante colorido. Allí, antes de partir, prometió a sus seguidores que regresaría un día para derrocar el culto de Tezcatilpoca e instaurar una nueva era en la que se acabarían los sacrificios humanos.
“Tezcatilpoca” es un nombre azteca que significa “espejo que despide humo”, y se creía que este dios de la muerte puede ver lo que las personas piensan y sienten y usar esa información
para confundirlas y manipularlas, algo así como el equivalente mesoamericano del Diablo judeocristiano. Su nombre maya, Hurakan, dio nombre al conocido temporal al que llamamos
‘huracán’, y los mayas creían que la entidad diabólica existía en el interior de un violento torbellino. De hecho, cuando juzgamos al prójimo sin ver nuestro reflejo en él, nos parece como si viviéramos una tormenta interna; ahí está el Ego que no quiere empatizar ni comprender a los demás. La Ley del Espejo nos hace más humanos, nos ayuda a comprender a las otras personas porque nos hace ver que hay una semilla nuestra en ellas y una semilla suya en nosotros, y nos hace ver que en el fondo todos somos reflejos de una misma entidad.


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