A lo largo de la historia ha habido diversos intentos para corregir la disfunción mental mediante la operación quirúrgica del cerebro. Es lo que se denomina Psicocirugía. La historia de esta disciplina está llena de tragedias, errores y desatinos. Buena parte son debidos al poco conocimiento de la estructura y función cerebral, al enorme coste personal, familiar, económico y social de las enfermedades mentales que empujaba a intentar lo que fuera, al deseo de algunos médicos de intervenir en el lugar de las funciones superiores, jugando en ocasiones a aprendiz de brujo, y a la existencia continua, a lo largo de la Historia, de sanadores, curanderos y otros tipos de estafadores, que se aprovechan de nuestra ansiedad por recuperar la salud.
Quizá el ejemplo más sugerente del inicio de la Psicocirugía es un tema pictórico: “La extracción de la piedra de la locura”. Hay cuatro obras famosas de artistas holandeses: El Bosco, Jan Sanders van Hemessen, Pieter Bruegel el Viejo y Pieter Huys. El tema de los cuadros parece ser una creencia común, mantenida durante siglos: se pensaba que la locura, en un sentido muy amplio, era el resultado de la formación de estructuras minerales, similares a los cálculos renales, dentro de la cabeza. Estas piedras presionarían sobre el cerebro, o taponarían los ventrículos, o generarían una disfunción neural alterando el funcionamiento normal encefálico. Se han descrito concreciones calcáreas, calcificaciones, en el cerebro, originadas por algunos casos de cáncer, hematomas subdurales y, según dicen algunos, epilepsia. Es posible que el descubrimiento de una de esas estructuras minerales en el cráneo de un paciente afectado de demencia creara la leyenda de la “piedra de la locura”. La idea era común en la época y explotada por charlatanes y timadores.
La obra más antigua de las cuatro que he mencionado es la pintada por El Bosco. Este óleo sobre tabla de roble del holandés Jeroen Anthoniszoon van Aeken, conocido también como Hieronymus Bosch y como “El Bosco”, de 48,5 x 34,5 centímetros, forma parte de las obras maestras del Museo del Prado.
Como en otras pinturas de El Bosco, “La extracción de la piedra de la locura” está llena de ironía y simbolismo. La imagen está encerrada en un óvalo casi circular rodeada por una leyenda que dice “Meester snyt die Keye ras, myne name is lubbert das”. Esta pequeña rima se traduce como “Maestro, extráigame la piedra, mi nombre es Lubber Das”. Lubber Das, traducido a veces como “Tejón Castrado”, era un personaje cómico de la literatura holandesa, que encarna la necedad. “Mi nombre es Lubber Das” viene a significar lo mismo que “Soy tonto”. “Keye” significa piedra pero también bulbo, algo con varias lecturas en los Países Bajos. El tipo de letra de la leyenda se encuentra en algunos escudos de armas en la corte borgoñesa en s-Hertogenbosch, donde los pudo ver El Bosco pues era su ciudad natal, aunque hay quien piensa que el epigramista de este cuadro es otro, pues en el “Jardín de las Delicias”, la leyenda es mucho más basta. También se piensa que intervienen dos manos en la pintura, uno que pinta el fondo y otro la imagen frontal, algo que se distingue en la hierba del suelo, que es muy diferente. La disposición circular de la imagen recuerda a un espejo o una ventana abierta al mundo de la de la estupidez, del papanatismo, del curanderismo y la falsa medicina.
La imagen central representa una trepanación, una apertura quirúrgica del cráneo, míticamente realizada en la Edad Media y que buscaba extraer la piedra que, -según afirmaban algunos- causaba la estupidez, la locura, la enfermedad mental. En el centro hay cuatro personajes: uno es un doctor con su toga pero cuya falsedad se delata porque en vez de un birrete, lleva un embudo en la cabeza. El embudo parece ser un síntoma de los pecados capitales, en este caso de la avaricia, aunque en nuestros días se asocia con la locura y la sandez. Este tipo de sombrero aparece ya en ediciones medievales del Apocalipsis. Este objeto aporta toda una dimensión psicológica al retrato del cirujano. El paciente, un hombre grueso y de cierta edad mira contrariado hacia el espectador. Su bolsa de dinero está atravesada por un puñal, símbolo de que está siendo estafado y que quizá tenga que ver con lo que ahora decimos sobre que te den una “clavada”. El falso médico trabaja con un bisturí sobre la cabeza del paciente, pero en vez de extraer una piedra, saca un tulipán y hay otro sobre la mesa, cuya base también tiene forma de bulbo. Puede ser un guiño al “keye” que hablábamos antes o al apodo de los tontos en Holanda como “cabeza de tulipán”. No tiene que ver con la locura de tantos neerlandeses por los tulipanes, la tulipomanía, una de las primeras burbujas especulativas de la historia, que dejó a bastantes personas totalmente arruinadas. Este proceso fue más tardío, iniciándose a finales del siglo XVI y el Bosco había pintado ese cuadro unos cien años antes. El tercer personaje es una mujer con un volumen cerrado, encuadernado en piel roja y con un cierre, sobre la cabeza. El libro corresponde con casi total seguridad a las Escrituras y la mujer puede ser una alegoría de la superstición o la ignorancia (el libro está cerrado) o una burla de El Bosco sobre la costumbre en Flandes de llevar amuletos hechos con libros o trozos de texto. El médico francés Guy de Chauliac indicaba que “las mujeres y los idiotas” –una expresión políticamente incorrecta en el siglo XXI- estaban particularmente interesadas en usar como amuletos, escritos con conjuros junto con los remedios tradicionales. Según el arzobispo de Utrecht, usaban como amuletos pergaminos con inscripciones (en ocasiones, formando parte de lo que ahora llamaríamos una canastilla de recién nacido), hojas sueltas o libros enteros. También puede corresponder a la verdadera sabiduría, anciana y tranquila, que mira con expresión de atento disgusto lo que hace la falsa ciencia en el cerebro de ese insensato. Otra opción es que pudiera representar a quien quiere conseguir o aparentar sabiduría por un método rápido y estúpido: una forma humorística de llevar el saber de los libros a la cabeza. Finalmente, para otros autores sería una monja o una bruja con un libro de conjuros sobre ella. En el “Jardín de las Delicias” un demonio tiene también un libro encima de la cabeza. Como vemos, una de las características de una obra de arte son sus múltiples lecturas. El último personaje es un clérigo, que sostiene una jarra metálica de vino o cerveza, y parece estar exhortando al hombre a aguantar la operación. Resulta desconcertante la presencia de los pesados muebles pintados por el Bosco, en medio del campo.
El segundo cuadro es obra de Jan Sanders van Hemessen, un pintor manierista de Amberes, especializado en escenas de género, temas religiosos y retratos. Van Hemessen mezcla lo mejor de la tradición flamenca (las escenas de la vida diaria, las veladuras y transparencias, el rico uso del color y el gusto por lo concreto y la belleza) con las aportaciones de los grandes maestros italianos (las composiciones teatrales, el uso creativo de la luz, la riqueza de expresiones corporales y faciales). Van Hemessen crea un estilo personal que hace inconfundible toda su obra, diseña abigarradas composiciones de cuerpos, rostros y manos, que caracterizan individualmente a cada personaje, bajo una luz muy meditada. La obra, que está también en El Prado, es un óleo sobre tabla de 100 x 141 cm, que aparece descrita en el catálogo del museo como “El cirujano” aunque es evidente que es otra “extracción de la piedra de la locura”. Aparece documentada por primera vez en el Palacio de El Pardo en 1614.
La obra tiene cinco personajes principales, todos con ricas vestiduras. El “cirujano” lleva lentes, un símbolo de los estudiosos durante siglos y una expresión autosuficiente y satisfecha. Tiene un gorro rojo y una capa verde festoneada de piel. Hace una incisión en la frente del paciente que está atado con poca fuerza a una silla, mediante una tela con bandas de color. A su lado, una mujer mayor ayuda a sujetar la cabeza del paciente. A la derecha del cirujano se ve un bramante que sujeta distintas piedras de un tamaño parecido, la muestra para los clientes dubitativos de los éxitos en operaciones anteriores, ya sean piedras de la locura o cálculos urinarios. Detrás de la señora mayor, una mujer joven parece preparar un ungüento o pomada mientras que el último personaje, probablemente el siguiente candidato para la trepanación, está arrodillado, con los ojos cerrados vueltos al cielo.
La imagen de una protuberancia o un bulto en la frente de las personas afectadas es frecuente en los cuadros detallando esta operación. En éste se ve con claridad la piedra en la frente, del tamaño de un hueso de melocotón, directamente tras la incisión que ha producido muy poca sangre alrededor. El sentido crítico es menos evidente que en El Bosco y destaca la monumentalidad típica de la pintura italiana junto con el realismo y el gusto por el detalle del arte flamenco. El paisaje ya no es el campo como en el cuadro de El Bosco sino un escenario claramente urbano, probablemente un mercado.
La tercera obra es de Peter Brueghel el viejo. Es más compleja pictóricamente con varias escenas al mismo tiempo y una representación caricaturesca de los personajes retratados. Muestra el interior de un hospital o un manicomio. A varios pacientes les están extrayendo la piedra de la locura, otros parece que tienen la cabeza vendada o les están haciendo curas. Uno ha conseguido volcar la silla a la que está atado y el cirujano le persigue a gatas. Los rostros son menos realistas, la situación es trágico-cómica, con un punto de ironía y costumbrismo. Es un óleo sobre madera de 67 X 50 cm, datado aproximadamente del año 1556. Se encuentra en el Musee d l’Hotel Sandelin, en Francia.
La cuarta obra se titula también “La extracción de la piedra de la locura” fue pintada por Pieter Huys y encuentra una versión en el Museo del Perigord, en la Dordoña, Francia y otra, una copia contemporánea probablemente, en el Instituto Wellcome en Londres. Huys, nacido también en Amberes como Van Hemessen era continuador de las líneas marcadas por El Bosco y Brueghel el viejo. Si nos fijamos en su “Infierno” del Museo del Prado, veremos la fantasía de El Bosco combinada con el colorido de Brueghel, así que no es raro que eligiera este tema. En este caso son seis los personajes: el cirujano, el paciente, un clérigo de aspecto enfurruñado con las manos en gesto de rezar y tres mujeres, una de las cuáles sujeta la mano de la víctima. El paciente está atado a la silla con una tela blanca. La escena tiene lugar en la casa del médico-cirujano y se ven distintos libros y frascos con remedios.
Las pinturas son sorprendentemente parecidas. Un paciente sentado que es intervenido por un médico, cirujano, cirujano-barbero, charlatán o una mezcla de todo. Alrededor hay varios ayudantes y distintos escenarios: urbanos, campestres, abiertos, cerrados en una habitación. Alrededor hay una mezcla de personajes: ayudantes del cirujano, clérigos rezando, algún familiar del paciente.
Hay, al menos, dos posibles interpretaciones de esta serie de obras sobre “La piedra de la locura”. La primera es que serían una crítica a la ignorancia, al hecho de poner nuestra salud en manos de sinvergüenzas y caraduras, pero que la operación nunca se hizo en realidad. Hay libros de los mismos siglos que los cuadros describiendo las actividades de los curanderos y ninguno detalla esta operación. Tampoco lo hacen los libros científicos de la época que tratan de los métodos bienintencionados usados por los médicos para cuidar los delirios. No hay registro histórico de que la operación se realizase pero sí de que se representaba en farsas y en procesiones burlescas.
La otra opción es que representara un procedimiento real, llamativo y excepcional. La trepanación se ha realizado, en distintas culturas y zonas, desde épocas prehistóricas. En la época en que estos cuadros fueron pintados era recomendada por varios tratadistas médicos para tratar una gran variedad de enfermedades y trastornos relacionados con el cerebro desde las fracturas de cráneo a la epilepsia, de la locura a la depresión. También hay quien ha pensado que la extracción fuera una especie de operación “placebo” para hacer salir a una persona de un problema mental serio como una depresión. Los pacientes con grandes sufrimientos (migrañas, neuralgia facial) se autoinflingían profundas heridas para distraer con ese daño el mayor dolor de su enfermedad. Esas personas se someterían felices a una operación de este tipo. Jugar con una obsesión sin sentido de una persona que creía tener algo en su cerebro era algo que hacían tanto los buenos médicos como la falsa ciencia.
A favor de que no se trate de una representación del mundo real es que en ninguno aparece ni el trepán, la sierra especial para la trepanación, ni las brocas que se usaban en una cirugía de este tipo. Por el contrario, otros piensan que, como en algunas supercherías que seguimos viendo en la actualidad –es llamativa la extracción de tumores en Filipinas por curanderos que operan con las manos- , el “cirujano” hacía una incisión en la cabeza con un cuchillo, y mientras la gente miraba asombrada la herida sangrante, en un ejercicio de prestidigitación mostraba una pequeña concreción calcárea que —decía— acababa de extraer del cerebro. La piedra pasaría de mano en mano causando el asombro de las gentes del lugar y buenos réditos económicos para el “artista” del bisturí. Es curioso cómo la Historia nos enseña que los hombres nos repetimos siglo tras siglo. El médico persa Rhazes (c. 854-925 o 935) denuncia en una obra a los charlatanes que pretendían curar la epilepsia haciendo una incisión en la frente y aparentando extraer algo que llevaban escondido en la mano. Nada nuevo debajo del sol.
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