Noli me tangere


El arte aún no ha hecho justicia histórica a la verdadera María de Magdala. En escasísimas ocasiones se ha representado a la mujer amada de Jesús como la figura que asiste al momento cumbre del cristianismo. Generalmente los artistas la presentan como penitente, como prostituta arrepentida. Y lo curioso es que esta Magdalena representada meditando sobre sus pecados ante una calavera, mortificando su cuerpo en el desierto, arrepentida de sus pecados de lujuria, ni siquiera está en el Evangelio. Ha sido motivo recurrente en miles de pinturas y esculturas a lo largo de los siglos y sin embargo, no existió jamás.


Aunque la famosa prostituta de la que habla Lucas en el evangelio fuera María Magdalena (cosa que no es cierta), aquella mujer no se presenta como arrepentida. La escena muestra a Jesús en casa de un fariseo que lo había invitado a comer, y allí se presenta “una mujer pecadora pública”, que lava los pies de Jesús con un precioso perfume y se los enjuaga con su melena: nada se dice de una pecadora arrepentida, si no más bien de una prostituta enamorada del profeta viajero. Jesús no le pide nada, no le dice que salga a los desiertos a purgar sus pecados ni que se introduzca en cuevas solitarias ni que vague por los caminos expiando culpas. Sólo le dice que le perdona sus pecados y, ante el fariseo, la alaba por su conducta.

¿De donde nace, pues, esa imagen falsificada de una Magdalena arrepentida? ¿De dónde esa imagen de la mujer castigándose hasta la muerte con recias penitencias?

La mistificación comienza en el siglo XI, cuando la iglesia occidental europea comienza a preocuparse por el avance de una cierta relajación de costumbres de los cristianos en materia sexual. A esta idea de promiscuidad sexual se unía la imagen negativa que se tenía de la mujer, como fuente de tentación y pecado para los varones, de modo que se hizo necesario encontrar un símbolo que representara a la mujer pecadora de aquel tiempo. ¿Quién mejor que la Magdalena, la famosa prostituta evangélica, la arrepentida de sus pecados, la absuelta por el mismo Jesús, la penitente y contemplativa? El símbolo estaba creado, la injusticia perpetrada, y el arte se encargó de plasmar toda aquella operación formidable de degradación histórica. Después de Jesús y de María, su madre, la Magdalena fue el personaje más representado en tablas, lienzos y esculturas, y los mejores artistas del mundo cristiano perpetuaron la imagen que se tiene hoy de aquella mujer.

En el Museo del Prado, María Magdalena es la figura religiosa más representada, después de Jesús y su madre. Existen 36 cuadros importantes de la Magdalena, una cifra que supera las imágenes de los dos santos más famosos del cristianismo: san Pedro y san Francisco de Asís, con diecinueve cada uno. Además en el Museo del prado se encuentra la hermosísima talla de María Magdalena, del escultor Pedro de Mena (1628-1688). Vestida con una especie de túnica de esparto, la figura sostiene un crucifijo de madera y muestra un doloroso gesto de arrepentimiento: su mano derecha se apoya en el pecho con amargura.
Se trata pues, de una santa con gran presencia en la tradición católica, pero siempre falsificada. Casi todas las pinturas de la Magdalena insisten tanto en su condición de pecadora que alguien se ha preguntado irónicamente cómo es posible “imitar” mejor a esa santa.

En su María Magdalena, mito y metáfora, Haskins ha trazado el itinerario de la Magdalena “representada” a través de los siglos, y ha puesto en evidencia cómo la figura pictórica o escultórica de la Magdalena se ha ido desarrollando siguiendo al pie de la letra el guión de la evolución de la doctrina católica, sobre todo, en su aspecto más tradicional, así como el de la evolución cultural de cada tiempo histórico.

En el Renacimiento se destacó la belleza femenina de la Magdalena evangélica. Los artistas reprodujeron las figuras de las Venus paganas, hasta convertir a la Magdalena en la “diosa del amor” como aparece ne las pinturas y escritos de los siglos XVI y XVII. Baste recordar las pinturas de la Magdalena de Correggio (1489-1534), que convierte a la pecadora en la representante del Eros-Amor cristiano (Una de las obras más conocidas de Correggio es Noli me tangere, en la que el pintor representó la escena del encuentro de Jesús y la Magdalena tras la resurrección).
En este periodo comienzan a aparecer también las llamadas “Magdalenas Lloronas”, cuya mejor expresión es un cuadro de Tiziano (1477-1576) titulado María Magdalena Penitente. Aquí representa como penitente con los dos pechos desnudos y cubriendo el resto de su cuerpo con abundante cabellera y con expresión de enamorada mística. Todas estas pinturas encarnan a la vez el amor terrenal, la atracción erótica y el amor divino.

Pintura, escultura, música, literatura, ensayos de todos los tiempos han encontrado en María Magdalena un motivo de inspiración que poco ha tenido que ver con el persona histórico. Pero, al mismo tiempo, esa recurrencia ha servido para destacar la fuerza simbólica que dicha figura ha tenido en el proceso creativo de cuantos han buceado en los abismos del complejo y misterioso amor femenino. Los siglos han cargado de impulsos sexuales tanto creativos como destructivos la representación de aquella mujer que acompañó a Jesús.

La imagen de la Magdalena, mujer enamorada del Jesús histórico, el hombre de carne y hueso y no del Cristo.

Estaba María junto al sepulcro, fuera, llorando. Mientras lloraba se inclinó hacia el sepulcro y vio dos ángeles de blanco, sentados donde había estado el cuerpo de Jesús, uno a la cabecera y otro a los pies. Le preguntaron: "Mujer, ¿por qué lloras?". Ella les respondió: "Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde lo han puesto". Dicho ésto se volvió y vio a Jesús, de pie, pero no sabía que era Jesús. Le preguntó Jesús; "Mujer, ¿por qué Lloras?' ¿A quién buscas?". Ella, pensando que era el encargado del huerto, le dijo: "Señor, si te lo has llevado, dime dónde lo has puesto, para que yo me lo lleve". Jesús le dijo: "María". Ella se volvió y le dijo: "Rabbuni" (que quiere decir "Maestro"). Replicó Jesús: "Deja de tocarme (Noli me tangere), que todavía no he subido al Padre. Pero vete donde mis hermanos y diles: Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios". Fue María Magdalena y dijo a los discípulos: "He visto al Señor", y les repitió las palabras que Jesús había dicho. Aquí están todas las claves que los maestros pintores de todas las épocas han recogido y trasladado al lienzo, una de las claves que dan fe de la preeminencia de María Magdalena en el ministerio pastoral de Jesús ante los demás apóstoles. Pues Jesús encomienda a su discípula que ejerza de apóstol de los apóstoles. Pero analicemos con algo más de detenimiento el episodio y la frase. ¿Por qué no debía o podía María Magdalena tocar al resucitado? Él nos da la explicación: "...que todavía no he subido al Padre". Pero es una explicación que ahonda más en lo inexplicable, pues crea otro flanco enigmático: ¿No ha de tocarle porque aún no ha subido al Padre? (¿como si, mientras, estuviera en una especie de cuarentena?). Es decir, que si hubiera subido al Padre, ¿ya sí podría tocarle? De hecho en apariciones posteriores, y ya al resto de los apóstoles, realizadas cuarenta días después (pues las escrituras mismas nos dicen que ascendió a los cielos --subió al Padre-- el mismo día de la Resurrección), tiene lugar el episodio de Emaús y la incredulidad de Tomás, en la que es el mismo Resucitado quien animará a hundir los dedos del incrédulo en las llagas para que se convenza de su identidad; con lo que se puede deducir que una vez sentado a la derecha del Padre (ingresado en el reino de Dios --Espíritu Puro, pues) su cuerpo, ya purificado, puede ser tocado sin riesgo. ¿Sin riego para Jesús o para quien lo toque? ¿Ese "no me toques" es una forma de prevenir al que toca, o una admonición para no ser tocado, como si el cuerpo resucitado aún estuviese en un proceso previo, intermedio, antes de purificarse (de "subir", de espiritualizarse completamente)?

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